viernes, 20 de enero de 2023

MINDFULNESS, UN BUEN ANTÍDOTO PARA EL SECUESTRO AMIGDALINO.

 MINDFULNESS, UN BUEN ANTÍDOTO PARA EL SECUESTRO AMIGDALINO.

El ser humano tiene un ancestral mecanismo de defensa ante el peligro, este mecanismo de defensa está orquestado por una estructura cerebral que se llama amígdala, pequeña pero matona, que está implicada de lleno en las reacciones emocionales, entre ellas, el miedo.
La amígdala se encarga de activar el sistema nervioso simpático, que por una serie de complejos circuitos y mediadores químicos consigue poner en alerta máxima a nuestro cuerpo, optimizando sus recursos para la lucha o la huida e incluso consigue inhibir funciones que en un determinado momento no nos van a ser útiles para sobrevivir ante una amenaza inmediata, como por ejemplo, el aparato digestivo, el urinario, la piel, e incluso el cerebro porque en esas situaciones, no hay margen de tiempo para pensar o negociar.
Pongamos el ejemplo de encontrarnos frente a una serpiente venenosa, un lobo, un terrorista con una arma o cualquier otra amenaza seria e inminente, en ese preciso instante, de forma automática e inmediata, la amígdala toma el mando, activando el sistema nervioso simpático, el cual, va a provocar de forma inmediata un aumento del ritmo cardíaco y respiratorio, de la presión sanguínea, una dilatación de las pupilas, cambios en el flujo sanguíneo para que la sangre salga de la piel, del estómago y de los intestinos y se dirija de forma prioritaria hacia el corazón y los diferentes músculos, es decir, redirige todos nuestros recursos para que seamos lo más fuertes y ágiles posible, nos convierte en la mejor versión física posible para afrontar un peligro.
Durante esta activación, hay dos mediadores químicos segregados por las glándulas suprarrenales que tiene un enorme protagonismo en los cambios que suceden en nuestro organismo, son las denominadas “hormonas del estrés”, la adrenalina y el cortisol. Estas sustancias son segregadas de forma masiva al torrente sanguíneo mientras el peligro permanece pero vuelven progresivamente a su estado basal una vez el peligro desaparece.
Pues bien, al igual que la amígdala gestiona la emoción del miedo ante la amenaza vital, provocando cambios drásticos en el organismo, también gestiona otro tipo de emociones como las de la tristeza, la angustia, el enfado, la desesperanza, etc. y hay un problema en este sentido, si dichas emociones entran en bucle y se cronifican, como puede suceder por ejemplo en un trastorno anímico, o ante un estrés prolongado, la amígdala puede “secuestrarnos”.
Si la amígdala nos “secuestra”, va a estar de forma permanente mandando órdenes para que nuestro organismo reaccione de forma parecida a como lo haría ante una amenaza vital, ante un lobo, es decir, va provocar cambios en el ritmo cardiaco y respiratorio, trastornos en el funcionamiento digestivo, en el renal, problemas en la piel, problema en el sistema nervioso y niveles de adrenalina y cortisol elevados de forma permanente en sangre…
En definitiva, lo que era una respuesta orientada a salvarnos la vida, una respuesta que el cuerpo puede aguantar durante un breve periodo de tiempo, se convierte en algo nocivo que daña la salud de forma muy considerable cuando el sistema permanece activado de forma indefinida.
Y aquí es donde la palabra es capaz de enfermar. Lo que nos contamos, lo que nos decimos a nosotros mismos en ese dialogo interno, por ejemplo ante un suceso traumático, como la pérdida de un ser querido, un problema de pareja, económico o laboral, nos lo decimos de una manera mucho más catastrófica de lo que en realidad es, lo cual, genera emociones negativas que se perpetúan en el tiempo y estas, llaman a la puerta de la amígala y la amígdala, nos secuestra, suelta a sus perros adrenalina y cortisol y nos hace enfermar a nivel físico, las famosas somatizaciones.
Pero la palabra igual que enferma, cura y aquí es donde por ejemplo el Mindfulness puede detener el veneno de la serpiente que anda suelta en nuestra cabeza. Recuperar el aquí y el ahora, inhibe la amígdala y activa otros sistemas reparadores como el parasimpático. La amígdala vive de las emociones negativas, si conseguimos detener el bucle, la amígdala y todo su engranaje se apagan como la llama de una vela, como un interruptor.
La primera fase del Mindfulness es respirar de forma abdominal y hacerlo de forma consciente, hay que entrenarlo un poco pero al final se consigue hacer perfectamente y cuando eres capaz de permanecer durante unos minutos observando solamente y de “forma consciente” tu respiración, observando los tiempos de inspiración y espiración, imaginando como se mueve el diafragma arriba y abajo, como entra y sale el aire, como sube y baja el abdomen, se activa el “yo observante” y la amígdala se apaga.
Y si sigues con el resto de las fases del Mindfulness y lo haces en forma de sesión una o varias veces al día, además de apagar la amígdala, la sustituyes y puedes conseguir, en esas sesiones, gestionar tus emociones de otra manera.
Es por ello, por lo que el Mindfulness es un buen antídoto para apagar esa pequeña parte de nuestro cerebro con forma de almendra que acecha como un lobo al final de la vereda y que cuando se activa nos suele hacer la vida imposible...



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