domingo, 27 de noviembre de 2016

Sigmund Freud y el duelo


A la hora de hablar del duelo, “la referencia a los textos fundamentales de Freud, cuanto menos, parece insoslayable”. Vamos a intentar hacer referencias someras sobre aquellas obras en las que Freud aborda el proceso del duelo. En primer lugar, nos referiremos a la obra “Estudios sobre la histeria” (1893) donde podemos observar alusiones de relevancia a la importancia de la pérdida y del duelo en el caso clínico de Isabel de R. Posteriormente en “Tótem y Tabú” (1913), Freud describe de la siguiente manera al trabajo del duelo: “consiste en desligar del muerto recuerdos y esperanzas, se atenúa la ambivalencia, queda una cicatriz y surge la piedad". Finalmente, en “Duelo y Melancolía” (1917) Freud, como ya comentamos en la conceptualización del duelo, lo define de la siguiente manera: "es la reacción frente a la pérdida de una persona amada, o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc”. Como argumento esencial, en esta última obra, no se considera al duelo como un estado patológico, puesto que se supera pasado cierto tiempo y se juzga inoportuno y aún dañino perturbarlo, lo cual, puede no desarrollarse normalmente y dar lugar al denominado duelo patológico, trastorno cercano a la melancolía. Caracteriza Freud al duelo por el talante dolido, la pérdida de interés por el mundo exterior en todo lo que no recuerde al muerto, la incapacidad o limitación para el trabajo productivo. Fácilmente se comprende, nos dice Freud, que esta inhibición y este angostamiento del Yo expresan una entrega incondicional al duelo que poco o nada deja para otros intereses.

En este sentido, desde el punto de vista psicoanalítico, se proponen también una serie de etapas en el trabajo del duelo: una primera etapa de reconocimiento de la pérdida donde es necesaria la aceptación para evitar que la negación de la pérdida impida progresar, una segunda etapa de desligamiento libidinal sobre el objeto perdido, alternando la sobrecarga y el retiro de recuerdos en relación con los vínculos tenidos con la pérdida, una tercera etapa donde la pérdida es aceptada e incorporada al Yo, manteniéndose allí mediante una identificación y finalmente una cuarta etapa donde el Yo, vuelve a quedar libre, sin inhibiciones y se produce una reconexión con el mundo objetal y la posibilidad de investir nuevos objetos.






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