A la
hora de hablar del duelo, “la referencia a los textos fundamentales de Freud,
cuanto menos, parece insoslayable”. Vamos a intentar hacer referencias someras sobre aquellas obras en las
que Freud aborda el proceso del duelo. En primer lugar, nos referiremos a la
obra “Estudios sobre la histeria” (1893) donde podemos observar alusiones de
relevancia a la importancia de la pérdida y del duelo en el caso clínico de Isabel
de R. Posteriormente en “Tótem y Tabú” (1913), Freud describe de la siguiente
manera al trabajo del duelo: “consiste en desligar del muerto recuerdos y
esperanzas, se atenúa la ambivalencia, queda una cicatriz y surge la
piedad". Finalmente, en “Duelo y Melancolía” (1917) Freud, como ya comentamos en la conceptualización del duelo, lo define de
la siguiente manera: "es la reacción frente a la pérdida de una persona
amada, o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un
ideal, etc”. Como argumento esencial, en esta última obra, no se considera al
duelo como un estado patológico, puesto que se supera pasado cierto tiempo y se
juzga inoportuno y aún dañino perturbarlo, lo cual, puede no desarrollarse
normalmente y dar lugar al denominado duelo patológico, trastorno cercano a la
melancolía. Caracteriza Freud al duelo por el talante dolido, la pérdida de
interés por el mundo exterior en todo lo que no recuerde al muerto, la
incapacidad o limitación para el trabajo productivo. Fácilmente se comprende,
nos dice Freud, que esta inhibición y este angostamiento del Yo expresan una
entrega incondicional al duelo que poco o nada deja para otros intereses.
En este sentido, desde el punto de vista psicoanalítico, se proponen
también una serie de etapas en el trabajo del duelo: una primera etapa de
reconocimiento de la pérdida donde es necesaria la aceptación para evitar que
la negación de la pérdida impida progresar, una segunda etapa de desligamiento
libidinal sobre el objeto perdido, alternando la sobrecarga y el retiro de
recuerdos en relación con los vínculos tenidos con la pérdida, una tercera
etapa donde la pérdida es aceptada e incorporada al Yo, manteniéndose allí
mediante una identificación y finalmente una cuarta etapa donde el Yo, vuelve a
quedar libre, sin inhibiciones y se produce una reconexión con el mundo objetal
y la posibilidad de investir nuevos objetos.
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