Durante mucho tiempo se ha tendido a minimizar el impacto que la
muerte podía ocasionar en los niños, por una supuesta menor capacidad de
comprensión y de madurez neuropsicológica. Posteriormente, con los primeros
estudios que se hacen al respecto, comienza a cambiar este concepto, y se
acepta que, en la infancia, incluso a edades muy tempranas, los niños pueden
tener reacciones de ansiedad y depresión ante la pérdida de un ser querido y
que, por tanto, es posible ayudar a los niños en estas edades. Los niños no
viven ajenos a la muerte porque de diversas formas toman conciencia de ella,
bien por los cuentos, los juegos y sobre todo por los medios de comunicación
que ofrecen imágenes constantes que implican la muerte de otras personas. Resumiendo,
las aportaciones de diversos autores, podemos concluir en que los niños menores
de 3 años no tienen un concepto de la muerte, a causa de las limitaciones en la
percepción del tiempo y el espacio, siendo incapaces de distinguir ausencias
cortas de definitivas. La separación a estas edades es vivida como un abandono
que amenaza su seguridad. Desde los 3 a los 5 años, la vida y la muerte se
entienden como procesos intercambiables y reversibles, aunque el niño es capaz
de diferenciar entre estar vivo y muerto. Desde los 6 a los 9 años, el niño ya
personifica la muerte y aparece como algo externo debido a causas determinadas
que puede afectar a ciertas personas con predisposición, pero le resulta
difícil imaginar su muerte o la de sus padres. En esta etapa, el miedo y la
ansiedad ya pueden surgir en él. A partir de los 9 años, el niño ya considera a
la muerte como un hecho biológico, caracterizado por inevitabilidad e
irreversibilidad. Surgen las primeras preocupaciones sociales como el temor a
la muerte de sus progenitores y lo que ello supondría para su futuro. En el
adolescente, la noción de muerte es prácticamente la misma que la del adulto,
sin embargo, la ansiedad ante la muerte puede ser canalizada a una mayor
valoración de su vida o a conductas inadaptadas que surgen para negar la
realidad si el miedo a la misma le llega a obsesionar. Del mismo modo, los
autores concluyen en que los niños siguen una evolución similar a la de los
adultos en la reacción inicial que es emocionalmente intensa, a la que sigue un
proceso de adaptación que culminará con la resolución favorable del duelo. No
obstante, a pesar de esta similitud con los adultos, el niño presentará una
susceptibilidad que variará con el nivel de desarrollo cognitivo, psicosocial y
el estado emocional y las experiencias específicas.
En lo referido al abordaje terapéutico, los niños necesitan que se
les haga participes del problema, ofreciéndoles información correcta y
sencilla, que tiene que unirse a un gran apoyo emocional y comprensión para
afrontar la pérdida. El entorno familiar debe ser consciente de las señales que
indican que el niño está teniendo problemas para enfrentarse a la pena. Cuando
el niño pierde a uno de sus progenitores, será de vital importancia la conducta
del otro progenitor, ya que, si no es adecuada, está indicada una ayuda
profesional consistente en; terapia cognitiva para aclarar fantasías y falsas
creencias acerca de la muerte, donde se trabajará con el pensamiento del niño,
terapia conductual, donde se trabajará con técnicas de modificación conductual
para abordar las alteraciones de la conducta infantil que pudieran surgir y
finalmente terapia familiar que se centrará en trabajar una elaboración del
duelo normal, aceptar las emociones que surgen en relación con la pérdida,
gestionar un manejo adecuado de la culpa y trabajar en torno a la idealización
del progenitor fallecido.
Mención especial merece, el uso de los cuentos para trabajar el
duelo en los niños y en ese sentido, se proponen a continuación algunas obras
ilustrativas como son: “Julia tiene una estrella” de Eduard José, Editorial
Galera, en la que se narra como la madre de Julia padece una enfermedad
terminal y antes de morir, le explica a la niña que irá a trabajar en una
estrella. “Siempre te querré, pequeñín” de Debi Glori, Editorial Estrella
Polar, es un cuento muy entrañable, para los más pequeños, donde se habla del
amor incondicional entre dos personas, entre una madre y su hijo, al mismo
tiempo que se plantea un tema tan importante como la durabilidad y la
consistencia del amor. “Vacío” de Anna Llenas, editorial Bárbara Fiore, donde
se representa la pérdida de algo y el afrontamiento del vacío que ha dejado, ya
que, cualquier pérdida nos provoca tristeza y desolación, a menudo en
diferentes grados. En este cuento, se exploran diferentes tipos de pérdidas y
se trabaja la resiliencia, que es aquello que nos permitirá sobreponernos a la
adversidad, también definida como la capacidad de los seres humanos para
superar periodos de dolor emocional.
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