domingo, 26 de junio de 2016

Etapas de afrontación a la muerte

Las etapas de afrontación a la muerte fueron definidas en primera instancia por la autora Kübler-Ross en 1969, la cual, describió una serie de etapas que podían aparecer en torno a la muerte. Se puede decir que en ellas se hacen presentes los mecanismos defensivos con los que cuenta el ser humano para intentar asimilar la noticia que le desborda. Cada persona reaccionará ante la noticia de una enfermedad incurable de acuerdo a su propia estructura de personalidad, fruto de su trayectoria vital.


La primera etapa es la negación, en la cual, no se admite el diagnóstico y se buscan otros que no deparen tan devastadoras consecuencias. Las cogniciones predominantes giran en torno a no “no puede ser” “no estoy enfermo”…


La segunda etapa es la indignación, en la cual, surge una agresividad contra todos y todo lo que le rodea. Las cogniciones predominantes giran en torno a “es injusto” “no me puede estar pasando a mi”…


La tercera etapa es la negociación, en la cual, se intenta hacer pactos con su entorno o con fuerzas superiores a las que el paciente recurre. Las cogniciones predominantes giran en torno a “si lo supero seré bueno” “si tomo la medicación, sobreviviré”…


La cuarta etapa es la depresión, en al cual, surge el desinterés, la tristeza y la resignación. Las cogniciones predominantes giran en torno a “no valgo para nada” “no necesito nada”…


La quinta etapa es la aceptación, en la cual, se acepta el proceso, se quiere la presencia de la familia y se donan objetos personales. Las cogniciones predominantes giran en torno a “he hecho las cosas bien” “he vivido bien”…


La sexta etapa es la esperanza, en la cual, se expresan deseos realistas. Las cogniciones predominantes giran en torno a “quiero estar en casa” “quiero morir dignamente” “se acordarán de mi”…




domingo, 12 de junio de 2016

Características específicas de los trastornos psicosomáticos en la infancia.

Es un tema de especial importancia porque los primeros años de vida del niño, son fundamentales para la correcta estructuración de su psiquismo y si existen conflictos que hayan permanecidos latentes, sin resolverse, acabarán exteriorizándose en algún momento de su vida.

A los niños muy pequeños podemos considerarlos como seres psicosomáticos, porque como todavía no saben hablar, solo pueden mostrar su malestar de forma corporal, de ahí, que pensemos, que la somatización en el adulto, supone una regresión a esa etapa muy primaria donde apenas se contaba con mecanismos defensivos y donde el paso de lo psíquico a lo corporal era mucho más rápido que en las personas adultas.

Los trastornos psicosomáticos en la infancia, aparecen sólo en ciertos momentos del desarrollo y son manifestación de conflictos vinculados a esas determinadas fases. Estos síntomas, pueden tener diferentes significados, dependiendo de la fase en la que aparezcan, por lo tanto, habrá que centrarse en porqué se “elige” un síntoma en una determinada fase y también, habrá que analizar; el momento personal del niño en relación a la dinámica familiar , su entorno general y las reacciones que en ellos provoca.

En definitiva, la aparición de un trastorno psicosomático en el niño, debe ayudarnos a detectar de forma precoz, que es lo que está alterando su normal organización psíquica y la relación que guarda con con sus padres.

Desde el enfoque psicodinámico, lo primero que hay que abordar en terapia, es la relación madre e hijo, ya que se piensa que en el embarazo y tras el parto, se establece una simbiosis entre la madre y el niño, tanto física como simbólica, quedando ambos, íntimamente unidos aunque en entidades independientes y diferenciadas. Paulatinamente la madre debe ir dejando espacio al hijo para separarse del todo y poder llegar a ser, dos personas diferenciadas en su totalidad.

Si la madre padece angustia en cuanto a la separación de su hijo, e insiste en mantener esa simbiosis, desplazando la ansiedad sobre el cuerpo del hijo, podrá desencadenar la somatización en el niño como mecanismo de defensa.

De vital importancia será también, la comprensión de la manera que la madre tiene de comunicarse con el niño y aquí entrarán en juego; el deseo de maternidad, la evolución del embarazo y el parto, el estado de la relación de pareja y la relación padre y el hijo.

Del mismo modo, si la madre padece conflictos psíquicos consecuencia de experiencias vividas en su familia de origen, podrá tener dificultades, preocupación y exigencia en la expresión de afecto al niño, lo cual, podrá condicionar, el tipo de futura relación que se establezca entre ambos.

Conviene introducir también el término de terapia sistémica o familiar, porque se considera que el trastorno psicosomático del niño, es el resultado de la interacción entre los miembros de la familia y la dinámica que éstos desarrollan entre sí.

Y finalmente, recordar, que al igual que en todos los trastornos psicosomáticos, conviene descartar inicialmente patología orgánica, con ayuda, en este caso, del pediatra del niño, para una vez descartada, buscar la comprensión de su estructura psíquica, junto con el vínculo de su madre y las dinámicas del resto de familiares.