Es un tema de especial importancia porque los
primeros años de vida del niño, son fundamentales para la correcta estructuración
de su psiquismo y si existen conflictos que hayan permanecidos latentes, sin
resolverse, acabarán exteriorizándose en algún momento de su vida.
A los
niños muy pequeños podemos considerarlos como seres psicosomáticos, porque como todavía no
saben hablar, solo pueden mostrar su malestar de forma corporal, de ahí, que
pensemos, que la somatización en el adulto, supone una regresión a esa etapa
muy primaria donde apenas se contaba con mecanismos defensivos y donde el paso
de lo psíquico a lo corporal era mucho más rápido que en las personas adultas.
Los
trastornos psicosomáticos en la infancia, aparecen sólo en ciertos momentos del
desarrollo y son manifestación de conflictos vinculados a esas determinadas
fases. Estos síntomas, pueden tener diferentes significados, dependiendo de la
fase en la que aparezcan, por lo tanto, habrá que centrarse en porqué se “elige”
un síntoma en una determinada fase y también, habrá que analizar; el momento
personal del niño en relación a la dinámica familiar , su entorno general y las
reacciones que en ellos provoca.
En
definitiva, la aparición de un trastorno psicosomático en el niño, debe
ayudarnos a detectar de forma precoz, que es lo que está alterando su normal organización
psíquica y la relación que guarda con con sus padres.
Desde
el enfoque psicodinámico, lo primero que hay que abordar en terapia, es la relación madre e hijo, ya
que se piensa que en el embarazo y tras el parto, se establece una simbiosis
entre la madre y el niño, tanto física como simbólica, quedando ambos, íntimamente
unidos aunque en entidades independientes y diferenciadas. Paulatinamente la
madre debe ir dejando espacio al hijo para separarse del todo y poder llegar a
ser, dos personas diferenciadas en su totalidad.
Si la
madre padece angustia en cuanto a la separación de su hijo, e insiste en
mantener esa simbiosis, desplazando la ansiedad sobre el cuerpo del hijo, podrá
desencadenar la somatización en el niño como mecanismo de defensa.
De
vital importancia será también, la comprensión de la manera que la madre tiene
de comunicarse con el niño y aquí entrarán en juego; el deseo de maternidad, la
evolución del embarazo y el parto, el estado de la relación de pareja y la
relación padre y el hijo.
Del
mismo modo, si la madre padece conflictos psíquicos consecuencia de
experiencias vividas en su familia de origen, podrá tener dificultades,
preocupación y exigencia en la expresión de afecto al niño, lo cual, podrá
condicionar, el tipo de futura relación que se establezca entre ambos.
Conviene
introducir también el término de terapia sistémica o familiar, porque se considera que el
trastorno psicosomático del niño, es el resultado de la interacción entre los
miembros de la familia y la dinámica que éstos desarrollan entre sí.
Y
finalmente, recordar, que al igual que en todos los trastornos psicosomáticos, conviene
descartar inicialmente patología orgánica, con ayuda, en este caso, del
pediatra del niño, para una vez descartada, buscar la comprensión de su estructura
psíquica, junto con el vínculo de su madre y las dinámicas del resto de
familiares.
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