En el pasado se buscó un tipo de “personalidad
adictiva” que diera una base psicopatológica común a todos los afectados por el
uso crónico de drogas psicotrópicas. Hoy en día podemos concluir que no existe
dicha personalidad y que cuanto más extendidas y asequibles son las drogas, más
apreciamos que se asienta su uso crónico, sobre cualquier tipo de carácter,
tanto preedípico como edípico. Es también notorio que la reiteración de la
búsqueda hedonista en las drogas, que promueve la experiencia narcisista,
favorece el desarrollo de rasgos acentuados narcisistas en todo tipo de
caracteres.
En la actual sociedad capitalista, caracterizada
en lo económico por el neoliberalismo y la globalización y en lo cultural por
el posmodernismo, el énfasis ideológico y propagandístico ha pasado de la
productividad, al consumo. El mercado es el que manda y ahora no se promueve la
austeridad sino el consumo de corte hedonista. Las drogas psicotrópicas,
incluido el alcohol, se vuelven doblemente funcionales en este contexto, a la
industria legal e ilegal que las produce y comercializa, les genera enormes
ganancias, y a los usuarios les permite una gran satisfacción hedonista de
carácter profundamente narcisista.
Esta cultura
de modelos consumistas facilita la emergencia del sujeto como un consumidor,
que se hace fácilmente adicto, no sólo a la cocaína, marihuana o heroína,
también al alcohol, al tabaco, a la comida, al juego, al trabajo, a las
personas, entre muchos otros. Estos caracteres, junto a la ambigüedad, la
diversidad cultural, el desencanto y la mayor parte de las características que
se suelen evocar cuando se habla de posmodernismo, marcan el contexto en el que
transcurre la adolescencia de nuestros días que, de ésta forma, ve debilitarse
la estructura de sus ideales simbólicos (Ideal del Yo) que son rápidamente reemplazados
por ideales narcisistas (Yo Ideal).
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