La autoconciencia emocional, entendida como el
conocimiento de uno mismo, constituye la piedra angular de la inteligencia
emocional. El conocer nuestras
propias emociones, aporta una mayor comprensión sobre las causas de nuestros
sentimientos y un reconocimiento de las diferencias entre los sentimientos y
las acciones que desencadenan.
El control de las emociones, entendido como
la capacidad para controlar nuestras emociones, se torna una habilidad
fundamental para controlar nuestros sentimientos y adecuarlos al momento.
Aporta a su vez una mayor tolerancia a la frustración y un manejo más adecuado
de la ira y el enfado, sin necesidad de recurrir a la violencia; aporta
sentimientos positivos de uno mismo y hacia los demás y aporta también un mejor
manejo del estrés y por tanto de ansiedad social que éste puede desencadenar.
Aprovechamiento productivo de las emociones, entendido en esencia como la capacidad de motivarse a uno mismo, del mismo modo,
el control de la vida emocional resulta fundamental para ensalzar la atención,
la motivación, la creatividad, la
responsabilidad, la concentración y el autocontrol.
La empatía, entendida como la capacidad para
reconocer y comprender las emociones de los demás, la capacidad de detectar las señales que nos indican qué
quieren los demás, aportando sensibilidad hacía los sentimientos ajenos y
capacidad de escucha.
Dirigir las relaciones, entendido como la
habilidad de relacionarnos adecuadamente con las emociones de los demás. La
habilidad de establecer un trato adecuado con los demás dependerá, de nuestra
capacidad de crear y cultivar las relaciones, de reconocer conflictos y
solucionarlos, de encontrar el tono adecuado y de percibir los estados de ánimo
de la otra persona.
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